En serio, tengo complejo de cacerola. ¡Llevo días hirviendo a todo gas! Y la rabia no se me pasa, sino que cada vez va a más.
No paro de pensar en Javier.
Han asesinado a su perro y Teresa, su mujer, está en estado muy crítico.
No paro de pensar en Teresa, quien volverá a una casa donde su mejor amigo no estará para recibirle moviendo la cola de alegría.
No paro de pensar en Excálibur y el miedo que tuvo que sentir cuando, solo y sin el cariño de sus dueños, un grupo de desconocidos entraron a la fuerza en su casa para sacrificarlo.
Tengo el corazón en un puño. Estoy tan triste e indignada que me cuesta concentrarme en escribir. Estoy inmersa en crear una nueva novela, pero llevo tres días que no doy pie con bola. Se me va el santo al cielo cada dos por tres. Y se me saltan las lágrimas a la mínima. Estoy hipersensible y llena de rabia e indignación.
El sacrificio de este animal es injusto, innecesario y precipitado. Es Estados Unidos han tenido un caso similar y no han sido tan crueles. El perro ha sido puesto en cuarentena y cuando se ha demostrado que no era un peligro para nadie se ha reunido de nuevo con sus dueña una vez que ésta se ha recuperado. Así se hacen las cosas.
Espero que una vez pase el dolor, Javier y Teresa puedan adoptar a un perro que necesite una familia y él, con su cariño peludo, ayude a esta pareja a superar la injusta muerte del que fue uno más de su familia.
Y por una vez me voy a permitir el lujo de ser radical.
Normalmente soy de tonos cálidos e intermedios, e intento acercar posturas y limar asperezas. Pero esta vez me voy al extremo; me voy al blanco, a la esperanza y a la pureza. Si eres de aquellos que piensan que no es para tanto, que Excálibur era “sólo un perro”, que no entiendes el amor incondicional que estos animales nos dan y el vínculo tan fuerte que crean con nosotros, si quieres quédate en el negro.
En esta ocasión, no daré ni un paso por acercarme hasta ti.