Hoy quiero hablar de hermanas, y no me refiero sólo a las hermanas de sangre (y eso que la mía es la mejor hermana biológica que jamás podría haberme dado la vida, ya que es una compañera de viaje excepcional y sin ella una parte de mí simplemente no existiría).
Esta noche quiero rendir homenaje a todas aquellas mujeres que he ido encontrando a lo largo del camino y que gracias a su cariño y amistad se han convertido en grandes amigas. Son personas excepcionales que, aunque no tengan mi misma sangre, son también mis hermanas, mi familia, porque compartimos una misma forma de sentir, de soñar y de luchar por aquello en lo que creemos.
Hermanas que me inspiran, a las que admiro y con las que me unen lazos irrompibles incluso aunque a veces nos enfademos. Hermanas con las que he reído y he llorado; con las que he cometido locuras y también momentos de cordura.
No siempre eres la mejor hermana; a veces te dejas cegar por el egoísmo y la rabia y te separas durante un tiempo de alguna de ellas, pero el tiempo lo pone todo en su lugar y consigues pedir perdón y recuperar esa parte de ti; una parte esencial que estaba incompleta sin esa amiga que ha vivido contigo todos los altibajos de esta montaña rusa que es la vida.
Una de ellas me dio la vida, a la otra la vi nacer. A algunas las conocí en mi niñez, a otras en mi adolescencia. Y cuando menos te lo esperas, cuando crees que ya has llegado a una edad en la que tu círculo vital ya está definido, te mudas a un nuevo edificio y en la puerta de enfrente conoces a una compañera muy especial que termina siendo un miembro más de tu familia.
Y luego hay otro tipo de hermanas: ésas que leen mis libros y mis posts y comparten conmigo sus sentimientos. Aunque no os conozca personalmente a la mayoría de vosotras, sois también una parte muy importante de mi día a día, ya que me hacéis sentir conectada con el mundo gracias a vuestros comentarios y e-mails. Saber que mis historias os emocionan, que os hacen disfrutar y también vibrar, convierten la solitaria experiencia de escribir en una actividad que finalmente me conecta con miles de almas que saben comprender lo que trato de transmitir.
Los hombres pueden ser buenos amigos, padres, amantes o compañeros. Ellos nos enamoran, nos hacen suspirar, llorar, soñar despiertas e incluso a veces nos desvelan. Pero una hermana, ya sea de sangre o de alma, es insustituible. Hay cosas que sólo nosotras podemos comprender, muchas veces sin necesidad de palabras; basta con una mirada cómplice para intuir lo que estamos sintiendo.
¡Gracias a todas por estar ahí!
Esta noche este post es para vosotras 😉