Hoy, paseando bajo la anaranjada luz de la tarde madrileña, mientras una suave brisa jugaba caprichosa con los mechones de mi pelo, una vieja máquina de escribir polvorienta y decadente ha captado mi atención de repente.
Se asomaba al mundo a través del cristal de un escaparate y me ha hecho detenerme en seco.
Era tan bella y tan antigua que me he quedado absorta y maravillada contemplándola. Al ver su rudimentario y descolorido teclado no he podido evitar pensar en el romanticismo que esconde el pasado. ¿Quién habrá escrito en ella? ¿Cuántos dedos habrán utilizado esas redondeadas y desgastadas teclas? ¿Se habrá escrito alguna historia memorable con su ruidosa colaboración?
Me ha hecho acordarme de la vieja Olivetti en la que yo comencé a escribir mis historias cuando era tan sólo una niña y que da nombre a este blog.
Ahora, más de dos décadas después, escribo sobre el silencioso teclado táctil de mi iPad y no puedo evitar pensar en que antes las cosas eran más difíciles y también más creativas. No existían las facilidades que tenemos hoy en día. No podías escribir un relato y modificarlo en un periquete gracias a la informática. Lo que creabas quedaba grabado en un papel y si querías hacer cambios tenías que volver a escribirlo de cero. No existía la tecla “borrar” y mucho menos el “copia y pega”.
Muchas veces me dejo llevar por la romántica noción de que el pasado era más auténtico de lo que vivimos hoy en día. Ahora todo es rápido, digital, cibernético y se queda obsoleto en un segundo. Vivimos a un ritmo frenético, a veces incluso inhumano. Sin embargo, las personas seguimos siendo eso, personas. Somos nosotros quienes le damos sentido a todo lo que nos rodea. El progreso no lo podemos frenar, pero si podemos utilizarlo a nuestro favor, sin deshumanizarnos. Hagamos la vida más cómoda, pero no menos creativa.
Como el protagonista de la película de Woody Allen, Midnight in Paris, yo a veces también fantaseo con la belleza de lo viejo. Con esos tiempos en los que los grandes creadores nos daban obras de literatura sublimes, cuadros impresionistas fabulosos y piezas de música increíbles. Pero no es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque el pasado, pasado está.
Debemos seguir creando para que algún día alguien desde el futuro admire las obras de arte que nosotros hemos creado. Imaginemos, sintamos, y no dejemos de crear.
Algún día alguien se detendrá ante une escaparate y verá un ejemplar de iPad como en el que yo estoy escribiendo ahora y pensará: “Qué reliquia tan romántica y rudimentaria”.
Y esa persona seguirá su camino pensando en lo bello que era el pasado, cuando las cosas no eran tan fáciles y la creatividad tenía más mérito.
Sin embargo, lo cierto es que crear siempre supone un esfuerzo, y nos otorga un enorme placer también. Las herramientas de las que disponemos quizás nos lo pongan un poquito más fácil que a nuestros antecesores, pero el proceso creativo y la imperiosa necesidad de comunicar una idea es siempre la misma.
Vivamos el presente admirando el pasado, pero sin olvidar que nosotros también tenemos el deber de dejar algo digno de recordar a aquellos que vengan después de nosotros. No dejemos que estos tiempos difíciles que estamos viviendo, donde la desesperanza parece teñir el futuro de un negro abismo, nos roben nuestras ganas de luchar. Creemos un tiempo con el que alguien pueda fantasear en el futuro al ver alguno de los objetos que hoy en día utilizamos para dar vida a nuestros sueños.
¡De nosotros depende que estos cacharros que utilizamos a diario dejen de ser máquinas y se conviertan en los pinceles con los que crear obras maravillosas!