La vida real es difícil.
La rutina nos atrapa con su programado día a día. Tenemos responsabilidades, preocupaciones, miedos… Es cierto que también existen momentos buenos, de esos que nos dan un poquito de gasolina vital para seguir ilusionados y no tirar la toalla. Y muchas veces, esas cosas que nos dan un poco de chispa y nos mantienen vivos (y con vivos me refiero a sentir, no al mero hecho de respirar) son pequeños instantes que nos hacen vibrar. Una sonrisa, una canción, una atronadora tormenta de verano y su característico olor a lluvia… Soy adicta a esos momentos en los que mi corazón palpita más rápido e inspiro profundamente para que duren el máximo tiempo posible.
Muchas veces es bajo el influjo de esa mágica transformación cuando mi otro yo se despierta. Esa parte de mí que quiere contar historias y crear personajes que dejen huella. A los soñadores nos gusta que arranquen de cuajo nuestras raíces del suelo y nos hagan volar. Cuando leo un libro que consigue eso es cuando digo: ¡Enhorabuena, ya me tienes atrapada! Cuando una historia me acelera el pulso, me hace reír o llorar, me mantiene en vilo y temo que termine, la rutina se esfuma y se abre un nuevo mundo de entretenimiento e intensas emociones. Si escribo es gracias a esos libros que desde niña han conseguido que mi otro yo saliera a la luz.
Y, si leer es gratificante, escribir es una droga que te trepa por las venas. No hay cura posible. Una vez que te sumerges en la vorágine de crear historias ya no hay vuelta atrás. De repente te das cuenta de que puedes crear un mundo en el que la gente deja a un lado su día a día y mientras lee es feliz. Cuando recibes comentarios diciéndote que tus libros les han llegado al alma, que han disfrutado como nunca, que no podían parar de leer, y lo más impactante, que cuando éstos se acaban se quedan con la sensación de: “¿y ahora qué?”, es cuando dices: merece la pena seguir escribiendo aunque aún no te hayan publicado. Incluso aunque nunca lo consigas, hay que seguir dando vida a esos personajes que continuamente te susurran al oído, porque lo más importante es que ese otro yo que vive dentro de ti no se apague. Por mí misma, porque necesito dejar la vida real a un lado para no enloquecer, y por aquellos que en persona o través de internet me animan a que siga aporreando mi portátil.
Si con mis novelas puedo conseguir que la gente deje a un lado sus preocupaciones y les doy un pedacito de felicidad, mi otro yo tiene el deber de mantenerse muy despierto. Sin esa parte de mí, la que deja todo de lado durante horas para poder escribir, no sería capaz de luchar por mi sueño. A pesar de haber estudiado otra profesión muy diferente a la literatura, y que se me da estupendamente bien, cada día que pasa mi otro yo es más fuerte.
Muchos se preguntarán: ¿por qué alguien que tiene su camino ya marcado y ha demostrado que vale para ello se empeña en empezar de cero? ¿Por qué de repente una pluma y una libreta se convierten en sus mejores aliadas?
Respuesta: porque hay veces que lo más razonable no es lo que realmente queremos hacer. La felicidad se encuentra escondida detrás de lo que no habías planeado y, aunque suponga empezar de cero en un mundo donde conseguir que una editorial publique tu trabajo es bastante improbable, si ni siquiera lo intentas estarías traicionando a ese otro yo. Una parte de ti que necesita estar viva para que la otra no se marchite por completo.
Elijo soñar. Elijo vivir. Elijo luchar por esa parte de mí que no es racional pero que me define mejor que ninguna otra.
Una noche más os deseo: ¡buenas noches y felices sueños!
Aquí os dejo la canción que me ha inspirado mientras escribía este post. Ya sabéis que la música es mi mejor compañera…