Coca-Cola me encargó que escribiera un relato que tuviera relación con los bares para el día de san Bartolo. Junto con escritores de tanto renombre como Javier Reverte, Rosa Montero o Espido Freire, tuve el honor de que mi monólogo fuera representado al aire libre en un punto de Madrid.

Me informaron de que mi relato iba a ser leído a lo largo del día en la Plaza de Santa Ana, uno de mis rincones favoritos de la ciudad, así que allí fui para ver el resultado de esta aventura.

Quiero darle las gracias a Alicia Rodriguez, la actriz que representó mi monólogo, por darle vida y ponerme la piel de gallina.

Aquí os dejo unas fotos, un video de la representación y el texto llamado El bar de Antonio.

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“EL BAR DE ANTONIO”

No era el empleo de mi vida, pero por lo menos podría vivir dignamente. Lo único malo era que había tenido que dejar todo atrás para mudarme a Madrid, donde no conocía absolutamente a nadie.

Mi primer día fue duro. Los compañeros parecían muy competitivos y enseguida me di cuenta de que tendría que ponerme una coraza si no quería que me comieran viva.

Me dirigía desanimada al portal de casa, blandiendo tristemente las llaves en mi mano, cuando pasé por delante de aquel bar de la esquina y decidí entrar a tomar una caña. Quería retrasar el encuentro con aquella deprimente soledad que me esperaba en mi minúsculo piso.

Me senté en uno de los viejos taburetes de madera y observé cómo el camarero y una señora charlaban animadamente. En cuanto me vieron, ambos sonrieron. Y lo agradecí de veras. Nadie me había saludado de una forma tan cálida en todo el día. Pedí una cerveza y Antonio, que así se llamaba el camarero, me sirvió una tapa de jamón que me supo a gloria.

La señora continuó hablando, y no dudó en incluirme en su divertida conversación. Gracias a ellos, cuando subí a casa la soledad ya no me asustaba tanto.

Comencé a ir todas las tardes a la misma hora. Carmen siempre estaba allí con su taza de café, dispuesta a alegrarme con su compañía. Y detrás de la barra, Antonio, tomándole siempre el pelo.

Desde entonces, mi círculo de amistades se ha ido ampliando gracias al bar de Antonio y entre todos me quitan cada tarde el sinsabor de mi aburrida jornada laboral.

Primero conocí a Conchita, una peluquera muy locuaz con la que no paro de reír.

Después a Manuel, un jubilado muy culto que siempre me cuenta historias interesantes.

Luego a Consuelo, una estudiante que se pasa el día allí tomando café y trata de arreglar el mundo entre sorbo y sorbo.

Y hace unos días apareció Martín, un escritor que se sienta discretamente en una esquina a dar vida a su última novela. Apenas hemos hablado, pero nuestras miradas se cruzan inevitablemente.

El bar de Antonio es mágico; allí, entre cañas bien fresquitas, el aroma a café y el tintineo de los vasos de vino, se mezclan los sueños, las tristezas, las alegrías, el fútbol y, de vez en cuando, también la dichosa política.

Se ha convertido en mi refugio, en ese lugar donde me siento arropada y puedo compartir el final de cada día con mis nuevos amigos.

Y siento que el amor cada vez está más cerca, tecleando discretamente en una esquina…

 

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