Paisajes que pasan a toda velocidad ante mis ojos.
El suave balanceo del vagón, que parece mecer mis pensamientos, acunando mis temores, mis ansiedades, y me hace sentir como un bebé protegido de la vida real.
Me encuentro en ese mágico paréntesis entre el origen y el destino; ahora mismo lo único que importa es disfrutar del viaje.
Hay muchos recuerdos atrás y muchas incertidumbres en el horizonte.
Pero ahora eso no importa; apoyo mi mejilla contra el gélido cristal de la ventana del tren y dejo que mi vista se pierda entre los árboles desdibujados; un cementerio fugaz; una estación abandonada.
Después, cierro los ojos suavemente e inspiro. Quiero disfrutar de este momento en el que no me hallo en ningún lugar en concreto. No hay ataduras, ni obligaciones; lo único que tengo que hacer es disfrutar del hipnótico vaivén del tren y dejar que llegue a su destino mientras yo no pienso, ni tampoco decido.
Tengo dos horas para dejarme llevar…

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